La guerra es un instrumento imperialista para imponer nuevos espacios de control geopolíticos y de expoliación de las riquezas de los pueblos sometidos. En un conflicto bélico, los únicos beneficiados son las oligarquías que siguen atesorando dividendos dado que la guerra es un buen negocio dentro del modo de producción capitalista. En cambio, quien siempre sufre las consecuencias devastadoras de la guerra es la clase trabajadora. Las élites socioeconómicas nunca participan en las primeras líneas materiales y físicas de los conflictos. La guerra es un monstruo de deleznable política que se planifica en los despachos de los oligarcas que ponen sobre el tablero a los inocentes que serán sacrificados a cambio de espurios beneficios.
La industria armamentística incrementa exponencialmente sus beneficios en tiempos de guerra o posible confrontación entre potencias, mientras la clase trabajadora sufre directamente las consecuencias materiales y humanas de los negocios estratégicos de las oligarquías.
Las banderas a veces sirven solamente para esconder las severas injusticias sociales y el estado endogámico de corrupción de las castas que subyugan a sus propios pueblos. En revancha, el internacionalismo une a los seres humanos en una dinámica de emancipación colectiva, mientras los nacionalismos exacerbados benefician a las élites sembrando la inquina y dividiendo a la clase trabajadora. Ahora bien, quien emprende una guerra, queda ipso facto deslegitimado política y moralmente porque los conflictos armados solamente generan a los pueblos ruina y caos. Las guerras son inherentes al neoliberalismo autoritario que socava las democracias, y cuya voracidad necesita de la dicotomía dominantes/ dominados para proteger y reproducir sus estructuras sistémicas financieras. A ningún pueblo le es beneficiaria la guerra porque los trabajadores solamente prosperan cuando la paz predomina para generar riqueza colectiva gracias a su fuerza de trabajo.
Por otro lado, la evolución de las personas está estrechamente vinculada al pacifismo y a un imaginario colectivo de emancipación de toda estructura de servilismo. Por contra, la guerra es la más absoluta involución del ser humano. La clase trabajadora debe clamar con sus corazones latiendo al unísono: Paren estás malditas guerras