En el pabellón siquiátrico
cierran con llave el corazón.
Pero ella espera paciente la hora de visita.
No la quiebra que él haya enloquecido
porque le sigue lanzando besos al viento,
y ella con tijeras los recorta al vuelo
otorgándoles forma de labios.
Aun siempre
él prende el mechero,
y una lluvia de cenizas la quema,
cuando acaba la visita
y le dan un portazo en el corazón.
Entonces solamente quedan sus pasos
alejándose al compás de luces
que van extinguiéndose tras su sombra
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